Descubra la trágica y fascinante historia del galeón S. João, una de las aventuras marítimas más dramáticas del siglo XVI. En esta primera edición de "Crónicas de Navegantes Perdidos", Bernardo Gomes de Brito narra el cruel destino del galeón que, en su viaje de regreso de la India a Portugal, enfrentó tormentas abrumadoras y un naufragio devastador. A través de relatos detallados y emocionantes, revive la lucha por la supervivencia de los marineros y pasajeros, sus pérdidas y esperanzas, mientras se enfrentan a la inmensidad del océano y la crueldad de la naturaleza.
Dos días después, pareció prudente enviar a un hombre y a un nativo del mismo galeón para ver si podían encontrar algún nativo dispuesto a hablar con ellos para obtener algunas provisiones. Pasaron dos días buscando sin encontrar a un alma viva, solo descubriendo algunas chozas de paja abandonadas. Concluyeron que los nativos habían huido por miedo y luego regresaron a su campamento. En algunas de las chozas, encontraron flechas clavadas en el suelo, lo cual dicen que es un signo de guerra.
A los tres días, estando en el lugar donde escaparon del galeón, se les aparecieron en una colina siete u ocho nativos con una vaca atada. A través de señas, hicieron que los cristianos bajaran, y el capitán con cuatro hombres fue a hablar con ellos. Después de asegurarse, los nativos les dijeron por señas que querían hierro. Entonces el capitán envió media docena de clavos y se los mostró, y ellos se alegraron al verlos y se acercaron más a los nuestros y comenzaron a negociar el precio de la vaca. Y estando ya acordado, aparecieron cinco nativos en otra colina y comenzaron a gritar en su lengua que no dieran la vaca a cambio de clavos. Entonces estos nativos se fueron, llevándose la vaca sin decir palabra. Y el capitán no quiso tomar la vaca, a pesar de necesitarla mucho para su mujer y sus hijos.
Así estuvo siempre con mucho cuidado y vigilancia, levantándose cada noche tres o cuatro veces para recorrer los cuartos, lo que era un gran trabajo para él. Y así estuvieron doce días hasta que la gente se recuperó. Al cabo de estos días, viendo que ya estaban todos en condiciones de caminar, los reunió para discutir lo que debían hacer, y antes de tomar una decisión, les hizo un discurso de esta manera:
“Amigos y señores; bien veis el estado al que por nuestros pecados hemos llegado, y yo creo verdaderamente que mis pecados solo bastaban para que estuviéramos en las graves necesidades que veis que tenemos. Pero es Nuestro Señor tan piadoso que aún nos ha hecho tal merced, que no nos fuimos al fondo de esa nave, llevando tanta cantidad de agua bajo las cubiertas. A Él le plació, ya que se dignó a llevarnos a tierra de cristianos, que los que en esta empresa acaben con tantos trabajos será para la salvación de sus almas. Estos días que hemos estado aquí, bien veis, señores, que fueron necesarios para que los enfermos que traíamos se recuperaran. Ahora, alabado sea Nuestro Señor, están en condiciones de caminar. Y, por lo tanto, os he reunido aquí para decidir qué camino debemos tomar para remedio de nuestra salvación, ya que la determinación que teníamos de construir alguna embarcación se ha visto truncada, como habéis visto, porque no pudimos salvar nada de la nave para poder construirla. Y pues, señores y hermanos, como a mí, que vuestra vida está en juego, no será razonable hacer o decidir nada sin el consejo de todos. Una merced os quiero pedir, que no me abandonéis ni dejéis, dado el caso de que no pueda andar tanto como los que más caminen, por causa de mi mujer e hijos. Y así, todos juntos, quiere Nuestro Señor por su misericordia ayudarnos.”